2 de mayo
Jueves después del cuarto domingo después de la Pascua
Lección 1: 1 Reyes, 8
Lección 2: Hechos, 28
Salmo: 9, 10, 11
Muy amados hermanos, las Sagradas Escrituras nos exhortan en muchos lugares que debemos confesar y reconocer la multitud de nuestras iniquidades y ofensas. No debemos, de ninguna manera, disimularlas ni ocultarlas ante nuestro Dios y Padre Celestial, sino confesarlas con un corazón contrito y humillado para obtener el perdón de ellas gracias a su bondad e infinita misericordia. Aunque en todo momento debemos hacer una humilde confesión de nuestras culpas ante su divina presencia, esta obligación es precisa cuando nos reunimos para darle las debidas gracias por los grandes y magnánimos beneficios que recibimos diariamente de su generosa mano, para declarar su alabanza, escuchar su divina Palabra y pedirle todo lo necesario para nuestros cuerpos y almas. Por lo tanto, les ruego a todos los que están aquí presentes que, con un corazón verdaderamente humillado, me acompañen diciendo:
Padre Todopoderoso y Misericordioso, nosotros nos hemos alejado de tus caminos y como ovejas perdidas hemos vagado fuera de tus senderos. Hemos seguido desordenadamente los planes y deseos de nuestro propio corazón. Hemos quebrantado tus santos mandamientos. No hemos hecho lo que debíamos; al contrario, hemos llevado a cabo lo que no debíamos hacer; y en nosotros no hay salud. Pero tú, Señor, ten piedad de nosotros, miserables pecadores. Perdona, oh Dios, a aquellos que confiesan sus faltas. Restaura a los que se arrepienten, de acuerdo con tus promesas reveladas a la humanidad en Jesucristo, nuestro Señor. Y por su amor, concédenos, oh Padre Misericordioso, que de ahora en adelante vivamos de manera sobria, justa y piadosa, para la gloria de tu Santo Nombre. Amén.
El Dios Todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que no desea la muerte del pecador, sino que se convierta y viva, ha otorgado poder y mandado a sus ministros para declarar y pronunciar a su pueblo arrepentido la absolución y perdón de sus pecados. Él es quien perdona y absuelve a todos los que verdaderamente se arrepienten y creen sinceramente en su Evangelio. Por lo tanto, supliquemos que nos conceda verdadero arrepentimiento y su Santo Espíritu, para que las obras que realizamos actualmente sean de su agrado, y que nuestra vida de aquí en adelante sea pura y santa, de modo que finalmente en la vida venidera gocemos de la gloria eterna; por Jesucristo, nuestro Señor.
Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, así como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos dejes caer en tentación, más líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén.
Señor, abre nuestros labios.
Y nuestra boca proclamará tu alabanza.
Señor, apresúrate a socorrernos.
Señor, acude rápido en nuestra ayuda.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en un principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Alabemos al Señor.
El nombre del Señor sea alabado.
1 Venid, aclamemos alegremente a Jehová;
Cantemos con júbilo a la roca de nuestra salvación.
2 Lleguemos ante su presencia con alabanza;
Aclamémosle con cánticos.
3 Porque Jehová es Dios grande,
Y Rey grande sobre todos los dioses.
4 Porque en su mano están las profundidades de la tierra,
Y las alturas de los montes son suyas.
5 Suyo también el mar, pues él lo hizo;
Y sus manos formaron la tierra seca.
6 Venid, adoremos y postrémonos;
Arrodillémonos delante de Jehová nuestro Hacedor.
7 Porque él es nuestro Dios;
Nosotros el pueblo de su prado, y ovejas de su mano.
Si oyereis hoy su voz,
8 No endurezcáis vuestro corazón, como en Meriba,
Como en el día de Masah en el desierto,
9 Donde me tentaron vuestros padres,
Me probaron, y vieron mis obras.
10 Cuarenta años estuve disgustado con la nación,
Y dije: Pueblo es que divaga de corazón,
Y no han conocido mis caminos.
11 Por tanto, juré en mi furor
Que no entrarían en mi reposo.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en un principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
1Te alabaré, oh Jehová, con todo mi corazón;
Contaré todas tus maravillas.
2 Me alegraré y me regocijaré en ti;
Cantaré a tu nombre, oh Altísimo.
3 Mis enemigos volvieron atrás;
Cayeron y perecieron delante de ti.
4 Porque has mantenido mi derecho y mi causa;
Te has sentado en el trono juzgando con justicia.
5 Reprendiste a las naciones, destruiste al malo,
Borraste el nombre de ellos eternamente y para siempre.
6 Los enemigos han perecido; han quedado desolados para siempre;
Y las ciudades que derribaste,
Su memoria pereció con ellas.
7 Pero Jehová permanecerá para siempre;
Ha dispuesto su trono para juicio.
8 Él juzgará al mundo con justicia,
Y a los pueblos con rectitud.
9 Jehová será refugio del pobre,
Refugio para el tiempo de angustia.
10 En ti confiarán los que conocen tu nombre,
Por cuanto tú, oh Jehová, no desamparaste a los que te buscaron.
11 Cantad a Jehová, que habita en Sion;
Publicad entre los pueblos sus obras.
12 Porque el que demanda la sangre se acordó de ellos;
No se olvidó del clamor de los afligidos.
13 Ten misericordia de mí, Jehová;
Mira mi aflicción que padezco a causa de los que me aborrecen,
Tú que me levantas de las puertas de la muerte,
14 Para que cuente yo todas tus alabanzas
En las puertas de la hija de Sion,
Y me goce en tu salvación.
15 Se hundieron las naciones en el hoyo que hicieron;
En la red que escondieron fue tomado su pie.
16 Jehová se ha hecho conocer en el juicio que ejecutó;
En la obra de sus manos fue enlazado el malo. Higaion. Selah
17 Los malos serán trasladados al Seol,
Todas las gentes que se olvidan de Dios.
18 Porque no para siempre será olvidado el menesteroso,
Ni la esperanza de los pobres perecerá perpetuamente.
19 Levántate, oh Jehová; no se fortalezca el hombre;
Sean juzgadas las naciones delante de ti.
20 Pon, oh Jehová, temor en ellos;
Conozcan las naciones que no son sino hombres. Selah
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en un principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
1¿Por qué estás lejos, oh Jehová,
Y te escondes en el tiempo de la tribulación?
2 Con arrogancia el malo persigue al pobre;
Será atrapado en los artificios que ha ideado.
3 Porque el malo se jacta del deseo de su alma,
Bendice al codicioso, y desprecia a Jehová.
4 El malo, por la altivez de su rostro, no busca a Dios;
No hay Dios en ninguno de sus pensamientos.
5 Sus caminos son torcidos en todo tiempo;
Tus juicios los tiene muy lejos de su vista;
A todos sus adversarios desprecia.
6 Dice en su corazón: No seré movido jamás;
Nunca me alcanzará el infortunio.
7 Llena está su boca de maldición, y de engaños y fraude;
Debajo de su lengua hay vejación y maldad.
8 Se sienta en acecho cerca de las aldeas;
En escondrijos mata al inocente.
Sus ojos están acechando al desvalido;
9 Acecha en oculto, como el león desde su cueva;
Acecha para arrebatar al pobre;
Arrebata al pobre trayéndolo a su red.
10 Se encoge, se agacha,
Y caen en sus fuertes garras muchos desdichados.
11 Dice en su corazón: Dios ha olvidado;
Ha encubierto su rostro; nunca lo verá.
12 Levántate, oh Jehová Dios, alza tu mano;
No te olvides de los pobres.
13 ¿Por qué desprecia el malo a Dios?
En su corazón ha dicho: Tú no lo inquirirás.
14 Tú lo has visto; porque miras el trabajo y la vejación, para dar la recompensa con tu mano;
A ti se acoge el desvalido;
Tú eres el amparo del huérfano.
15 Quebranta tú el brazo del inicuo,
Y persigue la maldad del malo hasta que no halles ninguna.
16 Jehová es Rey eternamente y para siempre;
De su tierra han perecido las naciones.
17 El deseo de los humildes oíste, oh Jehová;
Tú dispones su corazón, y haces atento tu oído,
18 Para juzgar al huérfano y al oprimido,
A fin de que no vuelva más a hacer violencia el hombre de la tierra.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en un principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
1En Jehová he confiado;
¿Cómo decís a mi alma,
Que escape al monte cual ave?
2 Porque he aquí, los malos tienden el arco,
Disponen sus saetas sobre la cuerda,
Para asaetear en oculto a los rectos de corazón.
3 Si fueren destruidos los fundamentos,
¿Qué ha de hacer el justo?
4 Jehová está en su santo templo;
Jehová tiene en el cielo su trono;
Sus ojos ven, sus párpados examinan a los hijos de los hombres.
5 Jehová prueba al justo;
Pero al malo y al que ama la violencia, su alma los aborrece.
6 Sobre los malos hará llover calamidades;
Fuego, azufre y viento abrasador será la porción del cáliz de ellos.
7 Porque Jehová es justo, y ama la justicia;
El hombre recto mirará su rostro.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en un principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
1Entonces Salomón reunió ante sí en Jerusalén a los ancianos de Israel, a todos los jefes de las tribus, y a los principales de las familias de los hijos de Israel, para traer el arca del pacto de Jehová de la ciudad de David, la cual es Sion. 2 Y se reunieron con el rey Salomón todos los varones de Israel en el mes de Etanim, que es el mes séptimo, en el día de la fiesta solemne. 3 Y vinieron todos los ancianos de Israel, y los sacerdotes tomaron el arca. 4 Y llevaron el arca de Jehová, y el tabernáculo de reunión, y todos los utensilios sagrados que estaban en el tabernáculo, los cuales llevaban los sacerdotes y levitas. 5 Y el rey Salomón, y toda la congregación de Israel que se había reunido con él, estaban con él delante del arca, sacrificando ovejas y bueyes, que por la multitud no se podían contar ni numerar. 6 Y los sacerdotes metieron el arca del pacto de Jehová en su lugar, en el santuario de la casa, en el lugar santísimo, debajo de las alas de los querubines. 7 Porque los querubines tenían extendidas las alas sobre el lugar del arca, y así cubrían los querubines el arca y sus varas por encima. 8 Y sacaron las varas, de manera que sus extremos se dejaban ver desde el lugar santo, que está delante del lugar santísimo, pero no se dejaban ver desde más afuera; y así quedaron hasta hoy. 9 En el arca ninguna cosa había sino las dos tablas de piedra que allí había puesto Moisés en Horeb, donde Jehová hizo pacto con los hijos de Israel, cuando salieron de la tierra de Egipto. 10 Y cuando los sacerdotes salieron del santuario, la nube llenó la casa de Jehová. 11 Y los sacerdotes no pudieron permanecer para ministrar por causa de la nube; porque la gloria de Jehová había llenado la casa de Jehová.
12 Entonces dijo Salomón: Jehová ha dicho que él habitaría en la oscuridad. 13 Yo he edificado casa por morada para ti, sitio en que tú habites para siempre. 14 Y volviendo el rey su rostro, bendijo a toda la congregación de Israel; y toda la congregación de Israel estaba de pie. 15 Y dijo: Bendito sea Jehová, Dios de Israel, que habló a David mi padre lo que con su mano ha cumplido, diciendo: 16 Desde el día que saqué de Egipto a mi pueblo Israel, no he escogido ciudad de todas las tribus de Israel para edificar casa en la cual estuviese mi nombre, aunque escogí a David para que presidiese en mi pueblo Israel. 17 Y David mi padre tuvo en su corazón edificar casa al nombre de Jehová Dios de Israel. 18 Pero Jehová dijo a David mi padre: Cuanto a haber tenido en tu corazón edificar casa a mi nombre, bien has hecho en tener tal deseo. 19 Pero tú no edificarás la casa, sino tu hijo que saldrá de tus lomos, él edificará casa a mi nombre. 20 Y Jehová ha cumplido su palabra que había dicho; porque yo me he levantado en lugar de David mi padre, y me he sentado en el trono de Israel, como Jehová había dicho, y he edificado la casa al nombre de Jehová Dios de Israel. 21 Y he puesto en ella lugar para el arca, en la cual está el pacto de Jehová que él hizo con nuestros padres cuando los sacó de la tierra de Egipto.
22 Luego se puso Salomón delante del altar de Jehová, en presencia de toda la congregación de Israel, y extendiendo sus manos al cielo, 23 dijo: Jehová Dios de Israel, no hay Dios como tú, ni arriba en los cielos ni abajo en la tierra, que guardas el pacto y la misericordia a tus siervos, los que andan delante de ti con todo su corazón; 24 que has cumplido a tu siervo David mi padre lo que le prometiste; lo dijiste con tu boca, y con tu mano lo has cumplido, como sucede en este día. 25 Ahora, pues, Jehová Dios de Israel, cumple a tu siervo David mi padre lo que le prometiste, diciendo: No te faltará varón delante de mí, que se siente en el trono de Israel, con tal que tus hijos guarden mi camino y anden delante de mí como tú has andado delante de mí. 26 Ahora, pues, oh Jehová Dios de Israel, cúmplase la palabra que dijiste a tu siervo David mi padre.
27 Pero ¿es verdad que Dios morará sobre la tierra? He aquí que los cielos, los cielos de los cielos, no te pueden contener; ¿cuánto menos esta casa que yo he edificado? 28 Con todo, tú atenderás a la oración de tu siervo, y a su plegaria, oh Jehová Dios mío, oyendo el clamor y la oración que tu siervo hace hoy delante de ti; 29 que estén tus ojos abiertos de noche y de día sobre esta casa, sobre este lugar del cual has dicho: Mi nombre estará allí; y que oigas la oración que tu siervo haga en este lugar. 30 Oye, pues, la oración de tu siervo, y de tu pueblo Israel; cuando oren en este lugar, también tú lo oirás en el lugar de tu morada, en los cielos; escucha y perdona.
31 Si alguno pecare contra su prójimo, y le tomaren juramento haciéndole jurar, y viniere el juramento delante de tu altar en esta casa; 32 tú oirás desde el cielo y actuarás, y juzgarás a tus siervos, condenando al impío y haciendo recaer su proceder sobre su cabeza, y justificando al justo para darle conforme a su justicia.
33 Si tu pueblo Israel fuere derrotado delante de sus enemigos por haber pecado contra ti, y se volvieren a ti y confesaren tu nombre, y oraren y te rogaren y suplicaren en esta casa, 34 tú oirás en los cielos, y perdonarás el pecado de tu pueblo Israel, y los volverás a la tierra que diste a sus padres.
35 Si el cielo se cerrare y no lloviere, por haber ellos pecado contra ti, y te rogaren en este lugar y confesaren tu nombre, y se volvieren del pecado, cuando los afligieres, 36 tú oirás en los cielos, y perdonarás el pecado de tus siervos y de tu pueblo Israel, enseñándoles el buen camino en que anden; y darás lluvias sobre tu tierra, la cual diste a tu pueblo por heredad.
37 Si en la tierra hubiere hambre, pestilencia, tizoncillo, añublo, langosta o pulgón; si sus enemigos los sitiaren en la tierra en donde habiten; cualquier plaga o enfermedad que sea; 38 toda oración y toda súplica que hiciere cualquier hombre, o todo tu pueblo Israel, cuando cualquiera sintiere la plaga en su corazón, y extendiere sus manos a esta casa, 39 tú oirás en los cielos, en el lugar de tu morada, y perdonarás, y actuarás, y darás a cada uno conforme a sus caminos, cuyo corazón tú conoces (porque solo tú conoces el corazón de todos los hijos de los hombres); 40 para que te teman todos los días que vivan sobre la faz de la tierra que tú diste a nuestros padres.
41 Asimismo el extranjero, que no es de tu pueblo Israel, que viniere de lejanas tierras a causa de tu nombre 42 (pues oirán de tu gran nombre, de tu mano fuerte y de tu brazo extendido), y viniere a orar a esta casa, 43 tú oirás en los cielos, en el lugar de tu morada, y harás conforme a todo aquello por lo cual el extranjero hubiere clamado a ti, para que todos los pueblos de la tierra conozcan tu nombre y te teman, como tu pueblo Israel, y entiendan que tu nombre es invocado sobre esta casa que yo edifiqué.
44 Si tu pueblo saliere en batalla contra sus enemigos por el camino que tú les mandes, y oraren a Jehová con el rostro hacia la ciudad que tú elegiste, y hacia la casa que yo edifiqué a tu nombre, 45 tú oirás en los cielos su oración y su súplica, y les harás justicia.
46 Si pecaren contra ti (porque no hay hombre que no peque), y estuvieres airado contra ellos, y los entregares delante del enemigo, para que los cautive y lleve a tierra enemiga, sea lejos o cerca, 47 y ellos volvieren en sí en la tierra donde fueren cautivos; si se convirtieren, y oraren a ti en la tierra de los que los cautivaron, y dijeren: Pecamos, hemos hecho lo malo, hemos cometido impiedad; 48 y si se convirtieren a ti de todo su corazón y de toda su alma, en la tierra de sus enemigos que los hubieren llevado cautivos, y oraren a ti con el rostro hacia su tierra que tú diste a sus padres, y hacia la ciudad que tú elegiste y la casa que yo he edificado a tu nombre, 49 tú oirás en los cielos, en el lugar de tu morada, su oración y su súplica, y les harás justicia. 50 Y perdonarás a tu pueblo que había pecado contra ti, y todas sus infracciones con que se hayan rebelado contra ti, y harás que tengan de ellos misericordia los que los hubieren llevado cautivos; 51 porque ellos son tu pueblo y tu heredad, el cual tú sacaste de Egipto, de en medio del horno de hierro. 52 Estén, pues, atentos tus ojos a la oración de tu siervo y a la plegaria de tu pueblo Israel, para oírlos en todo aquello por lo cual te invocaren; 53 porque tú los apartaste para ti como heredad tuya de entre todos los pueblos de la tierra, como lo dijiste por medio de Moisés tu siervo, cuando sacaste a nuestros padres de Egipto, oh Señor Jehová.
54 Cuando acabó Salomón de hacer a Jehová toda esta oración y súplica, se levantó de estar de rodillas delante del altar de Jehová con sus manos extendidas al cielo; 55 y puesto en pie, bendijo a toda la congregación de Israel, diciendo en voz alta: 56 Bendito sea Jehová, que ha dado paz a su pueblo Israel, conforme a todo lo que él había dicho; ninguna palabra de todas sus promesas que expresó por Moisés su siervo, ha faltado. 57 Esté con nosotros Jehová nuestro Dios, como estuvo con nuestros padres, y no nos desampare ni nos deje. 58 Incline nuestro corazón hacia él, para que andemos en todos sus caminos, y guardemos sus mandamientos y sus estatutos y sus decretos, los cuales mandó a nuestros padres. 59 Y estas mis palabras con que he orado delante de Jehová, estén cerca de Jehová nuestro Dios de día y de noche, para que él proteja la causa de su siervo y de su pueblo Israel, cada cosa en su tiempo; 60 a fin de que todos los pueblos de la tierra sepan que Jehová es Dios, y que no hay otro. 61 Sea, pues, perfecto vuestro corazón para con Jehová nuestro Dios, andando en sus estatutos y guardando sus mandamientos, como en el día de hoy.
62 Entonces el rey, y todo Israel con él, sacrificaron víctimas delante de Jehová. 63 Y ofreció Salomón sacrificios de paz, los cuales ofreció a Jehová: veintidós mil bueyes y ciento veinte mil ovejas. Así dedicaron el rey y todos los hijos de Israel la casa de Jehová. 64 Aquel mismo día santificó el rey el medio del atrio, el cual estaba delante de la casa de Jehová; porque ofreció allí los holocaustos, las ofrendas y la grosura de los sacrificios de paz, por cuanto el altar de bronce que estaba delante de Jehová era pequeño, y no cabían en él los holocaustos, las ofrendas y la grosura de los sacrificios de paz.
65 En aquel tiempo Salomón hizo fiesta, y con él todo Israel, una gran congregación, desde donde entran en Hamat hasta el río de Egipto, delante de Jehová nuestro Dios, por siete días y aun por otros siete días, esto es, por catorce días. 66 Y al octavo día despidió al pueblo; y ellos, bendiciendo al rey, se fueron a sus moradas alegres y gozosos de corazón, por todos los beneficios que Jehová había hecho a David su siervo y a su pueblo Israel.
Te alabamos, oh Dios
A ti, como Dios, te alabamos, a ti, Señor, te reconocemos;
a ti, eterno Padre, te venera toda la tierra.
Los ángeles todos, los cielos y todas las potestades te honran;
los querubines y serafines te cantan sin cesar:
Santo, santo, santo es el Señor, Dios del universo.
Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
A ti te ensalza el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
La brillante muchedumbre de los mártires.
A ti te glorifica la santa Iglesia por todo el orbe;
A ti, Padre de majestad inmensa,
a tu adorable, verdadero y único Hijo,
también al Espíritu Santo, Consolador.
Tú eres el Rey de la gloria oh Cristo,
Tú eres el Hijo único del Padre:
Tú, al hacerte hombre para salvarnos.
No desdeñaste el seno de la Virgen.
Tú, quebrantando el aguijón de la muerte.
abriste a los creyentes el reino del cielo.
Tú estás sentado a la derecha del Padre.
Creemos que un día has de venir como juez.
Te rogamos, pues, que vengas en ayuda de tus siervos,
comprados por el precio de tu propia sangre,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna nos contemos entre tus santos.
Salva a tu pueblo, Señor, y bendice tu heredad;
Dirígelo y protégelo ahora y siempre.
Día a día te bendecimos;
alabamos tu nombre para siempre.
Guárdanos hoy, Señor, de todo pecado;
Ten piedad de nosotros, Señor, ten piedad.
Señor, muéstranos tu amor y misericordia,
porque en ti hemos depositado nuestra confianza.
En ti, Señor, ponemos nuestra esperanza;
Que no seamos jamás avergonzados.
1Estando ya a salvo, supimos que la isla se llamaba Malta. 2 Y los naturales nos trataron con no poca humanidad; porque encendiendo un fuego, nos recibieron a todos, a causa de la lluvia que caía, y del frío. 3 Entonces, habiendo recogido Pablo algunas ramas secas, las echó al fuego; y una víbora, huyendo del calor, se le prendió en la mano. 4 Cuando los naturales vieron la víbora colgando de su mano, se decían unos a otros: Ciertamente este hombre es homicida, a quien, escapado del mar, la justicia no deja vivir. 5 Pero él, sacudiendo la víbora en el fuego, ningún daño padeció. 6 Ellos estaban esperando que él se hinchase, o cayese muerto de repente; mas habiendo esperado mucho, y viendo que ningún mal le venía, cambiaron de parecer y dijeron que era un dios.
7 En aquellos lugares había propiedades del hombre principal de la isla, llamado Publio, quien nos recibió y hospedó solícitamente tres días. 8 Y aconteció que el padre de Publio estaba en cama, enfermo de fiebre y de disentería; y entró Pablo a verle, y después de haber orado, le impuso las manos, y le sanó. 9 Hecho esto, también los otros que en la isla tenían enfermedades, venían, y eran sanados; 10 los cuales también nos honraron con muchas atenciones; y cuando zarpamos, nos cargaron de las cosas necesarias.
11 Pasados tres meses, nos hicimos a la vela en una nave alejandrina que había invernado en la isla, la cual tenía por enseña a Cástor y Pólux. 12 Y llegados a Siracusa, estuvimos allí tres días. 13 De allí, costeando alrededor, llegamos a Regio; y otro día después, soplando el viento sur, llegamos al segundo día a Puteoli, 14 donde habiendo hallado hermanos, nos rogaron que nos quedásemos con ellos siete días; y luego fuimos a Roma, 15 de donde, oyendo de nosotros los hermanos, salieron a recibirnos hasta el Foro de Apio y las Tres Tabernas; y al verlos, Pablo dio gracias a Dios y cobró aliento. 16 Cuando llegamos a Roma, el centurión entregó los presos al prefecto militar, pero a Pablo se le permitió vivir aparte, con un soldado que le custodiase.
17 Aconteció que tres días después, Pablo convocó a los principales de los judíos, a los cuales, luego que estuvieron reunidos, les dijo: Yo, varones hermanos, no habiendo hecho nada contra el pueblo, ni contra las costumbres de nuestros padres, he sido entregado preso desde Jerusalén en manos de los romanos; 18 los cuales, habiéndome examinado, me querían soltar, por no haber en mí ninguna causa de muerte. 19 Pero oponiéndose los judíos, me vi obligado a apelar a César; no porque tenga de qué acusar a mi nación. 20 Así que por esta causa os he llamado para veros y hablaros; porque por la esperanza de Israel estoy sujeto con esta cadena. 21 Entonces ellos le dijeron: Nosotros ni hemos recibido de Judea cartas acerca de ti, ni ha venido alguno de los hermanos que haya denunciado o hablado algún mal de ti. 22 Pero querríamos oír de ti lo que piensas; porque de esta secta nos es notorio que en todas partes se habla contra ella.
23 Y habiéndole señalado un día, vinieron a él muchos a la posada, a los cuales les declaraba y les testificaba el reino de Dios desde la mañana hasta la tarde, persuadiéndoles acerca de Jesús, tanto por la ley de Moisés como por los profetas. 24 Y algunos asentían a lo que se decía, pero otros no creían. 25 Y como no estuviesen de acuerdo entre sí, al retirarse, les dijo Pablo esta palabra: Bien habló el Espíritu Santo por medio del profeta Isaías a nuestros padres, diciendo:
26 Ve a este pueblo, y diles:
De oído oiréis, y no entenderéis;
Y viendo veréis, y no percibiréis;
27 Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado,
Y con los oídos oyeron pesadamente,
Y sus ojos han cerrado,
Para que no vean con los ojos,
Y oigan con los oídos,
Y entiendan de corazón,
Y se conviertan,
Y yo los sane.
28 Sabed, pues, que a los gentiles es enviada esta salvación de Dios; y ellos oirán. 29 Y cuando hubo dicho esto, los judíos se fueron, teniendo gran discusión entre sí.
30 Y Pablo permaneció dos años enteros en una casa alquilada, y recibía a todos los que a él venían, 31 predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo, abiertamente y sin impedimento.
Bendito el Señor Dios de Israel,
Que ha visitado y redimido a su pueblo,
Y nos levantó un poderoso Salvador
En la casa de David su siervo,
Como habló por boca de sus santos profetas que fueron desde el principio;
Salvación de nuestros enemigos, y de la mano de todos los que nos aborrecieron;
Para hacer misericordia con nuestros padres,
Y acordarse de su santo pacto;
Del juramento que hizo a Abraham nuestro padre,
Que nos había de conceder
Que, librados de nuestros enemigos,
Sin temor le serviríamos
En santidad y en justicia delante de él, todos nuestros días.
Y tú, niño, profeta del Altísimo serás llamado;
Porque irás delante de la presencia del Señor, para preparar sus caminos;
Para dar conocimiento de salvación a su pueblo,
Para perdón de sus pecados,
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
Con que nos visitó desde lo alto la aurora,
Para dar luz a los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte;
Para encaminar nuestros pies por camino de paz.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en un principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Creo en Dios Padre Todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra;
y en Jesucristo, su único Hijo, Señor nuestro;
que fue concebido del Espíritu Santo,
nació de la virgen María,
padeció bajo el poder de Poncio Pilato;
fue crucificado, muerto y sepultado;
descendió a los infiernos;
al tercer día resucitó de entre los muertos;
subió al cielo, y está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso;
y desde allí vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos.
Creo en el Espíritu Santo,
la Santa Iglesia católica,
la comunión de los santos,
el perdón de los pecados,
la resurrección de la carne
y la vida eterna. Amén.
El Señor esté con ustedes.
Y con tu espíritu.
Oremos.
Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo, ten piedad de nosotros.
Señor, ten piedad de nosotros.
Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, así como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos dejes caer en tentación, más líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén.
Señor, muéstranos tu misericordia.
Y concédenos tu salvación.
Llena a tus Ministros de virtudes.
Y da alegría a tu pueblo escogido.
Señor Dios, defiende a tu Pueblo.
Y bendice a tu heredad.
Danos paz en nuestros días, oh Señor.
Porque no hay otro que pelee por nosotros sino tú, oh Dios.
Oh Dios, purifica nuestros corazones.
Y no alejes de nosotros tu Santo Espíritu.
Dios Todopoderoso, que eres el único que puede ordenar las voluntades y los afectos rebeldes de los hombres pecadores, concede a tu pueblo que ame lo que tú mandas y desee lo que tú prometes; para que, entre los diversos y múltiples cambios del mundo, nuestros corazones puedan estar firmemente fijados allí donde se encuentran las verdaderas alegrías, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Oh Dios, autor de la Paz y amante de la Armonía, en cuyo conocimiento depende nuestra vida eterna y cuyo servicio es plena libertad, defiende a estos tus humildes siervos en todos los ataques de nuestros enemigos. Para que, confiando enteramente en tu protección y amparo, no tengamos ocasión de temer la fuerza de ningún adversario, por el poder de Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Señor nuestro, Padre Celestial, Eterno y Todopoderoso, que nos has hecho llegar al principio de este día, guárdanos en él con tu gran poder y haz que no caigamos en ningún pecado ni incurramos en ningún peligro. Antes bien, que todas nuestras acciones sean dirigidas por ti, de modo que siempre hagamos lo que es justo y agradable a tus ojos, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Oh Dios omnipotente, que nos has dado gracia para que en esta ocasión te dirijamos nuestras súplicas de manera unánime; y has prometido que cuando dos o tres se congreguen en tu nombre, les concederás sus peticiones: Cumple ahora, oh, Señor, los deseos y ruegos de tus siervos, como más les convenga; concediéndonos en este mundo el conocimiento de tu verdad, y en el venidero la vida eterna. Amén.
La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros. Amén.
A menos que se exprese lo contrario, la versión de la Biblia usada es la Reina-Valera 1960 ®.
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