24 de agosto
Día del Apóstol San Bartolomé
Muy amados hermanos, las Sagradas Escrituras nos exhortan en muchos lugares que debemos confesar y reconocer la multitud de nuestras iniquidades y ofensas. No debemos, de ninguna manera, disimularlas ni ocultarlas ante nuestro Dios y Padre Celestial, sino confesarlas con un corazón contrito y humillado para obtener el perdón de ellas gracias a su bondad e infinita misericordia. Aunque en todo momento debemos hacer una humilde confesión de nuestras culpas ante su divina presencia, esta obligación es precisa cuando nos reunimos para darle las debidas gracias por los grandes y magnánimos beneficios que recibimos diariamente de su generosa mano, para declarar su alabanza, escuchar su divina Palabra y pedirle todo lo necesario para nuestros cuerpos y almas. Por lo tanto, les ruego a todos los que están aquí presentes que, con un corazón verdaderamente humillado, me acompañen diciendo:
Padre Todopoderoso y Misericordioso, nosotros nos hemos alejado de tus caminos y como ovejas perdidas hemos vagado fuera de tus senderos. Hemos seguido desordenadamente los planes y deseos de nuestro propio corazón. Hemos quebrantado tus santos mandamientos. No hemos hecho lo que debíamos; al contrario, hemos llevado a cabo lo que no debíamos hacer; y en nosotros no hay salud. Pero tú, Señor, ten piedad de nosotros, miserables pecadores. Perdona, oh Dios, a aquellos que confiesan sus faltas. Restaura a los que se arrepienten, de acuerdo con tus promesas reveladas a la humanidad en Jesucristo, nuestro Señor. Y por su amor, concédenos, oh Padre Misericordioso, que de ahora en adelante vivamos de manera sobria, justa y piadosa, para la gloria de tu Santo Nombre. Amén.
El Dios Todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que no desea la muerte del pecador, sino que se convierta y viva, ha otorgado poder y mandado a sus ministros para declarar y pronunciar a su pueblo arrepentido la absolución y perdón de sus pecados. Él es quien perdona y absuelve a todos los que verdaderamente se arrepienten y creen sinceramente en su Evangelio. Por lo tanto, supliquemos que nos conceda verdadero arrepentimiento y su Santo Espíritu, para que las obras que realizamos actualmente sean de su agrado, y que nuestra vida de aquí en adelante sea pura y santa, de modo que finalmente en la vida venidera gocemos de la gloria eterna; por Jesucristo, nuestro Señor.
Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, así como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos dejes caer en tentación, más líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén.
Señor, abre nuestros labios.
Y nuestra boca proclamará tu alabanza.
Señor, apresúrate a socorrernos.
Señor, acude rápido en nuestra ayuda.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en un principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Alabemos al Señor.
El nombre del Señor sea alabado.
1 Venid, aclamemos alegremente a Jehová;
Cantemos con júbilo a la roca de nuestra salvación.
2 Lleguemos ante su presencia con alabanza;
Aclamémosle con cánticos.
3 Porque Jehová es Dios grande,
Y Rey grande sobre todos los dioses.
4 Porque en su mano están las profundidades de la tierra,
Y las alturas de los montes son suyas.
5 Suyo también el mar, pues él lo hizo;
Y sus manos formaron la tierra seca.
6 Venid, adoremos y postrémonos;
Arrodillémonos delante de Jehová nuestro Hacedor.
7 Porque él es nuestro Dios;
Nosotros el pueblo de su prado, y ovejas de su mano.
Si oyereis hoy su voz,
8 No endurezcáis vuestro corazón, como en Meriba,
Como en el día de Masah en el desierto,
9 Donde me tentaron vuestros padres,
Me probaron, y vieron mis obras.
10 Cuarenta años estuve disgustado con la nación,
Y dije: Pueblo es que divaga de corazón,
Y no han conocido mis caminos.
11 Por tanto, juré en mi furor
Que no entrarían en mi reposo.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en un principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Amo a Jehová, pues ha oído
Mi voz y mis súplicas;
2 Porque ha inclinado a mí su oído;
Por tanto, le invocaré en todos mis días.
3 Me rodearon ligaduras de muerte,
Me encontraron las angustias del Seol;
Angustia y dolor había yo hallado.
4 Entonces invoqué el nombre de Jehová, diciendo:
Oh Jehová, libra ahora mi alma.
5 Clemente es Jehová, y justo;
Sí, misericordioso es nuestro Dios.
6 Jehová guarda a los sencillos;
Estaba yo postrado, y me salvó.
7 Vuelve, oh alma mía, a tu reposo,
Porque Jehová te ha hecho bien.
8 Pues tú has librado mi alma de la muerte,
Mis ojos de lágrimas,
Y mis pies de resbalar.
9 Andaré delante de Jehová
En la tierra de los vivientes.
10 Creí; por tanto hablé,
Estando afligido en gran manera.
11 Y dije en mi apresuramiento:
Todo hombre es mentiroso.
12 ¿Qué pagaré a Jehová
Por todos sus beneficios para conmigo?
13 Tomaré la copa de la salvación,
E invocaré el nombre de Jehová.
14 Ahora pagaré mis votos a Jehová
Delante de todo su pueblo.
15 Estimada es a los ojos de Jehová
La muerte de sus santos.
16 Oh Jehová, ciertamente yo soy tu siervo,
Siervo tuyo soy, hijo de tu sierva;
Tú has roto mis prisiones.
17 Te ofreceré sacrificio de alabanza,
E invocaré el nombre de Jehová.
18 A Jehová pagaré ahora mis votos
Delante de todo su pueblo,
19 En los atrios de la casa de Jehová,
En medio de ti, oh Jerusalén.
Aleluya.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en un principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Alabad a Jehová, naciones todas;
Pueblos todos, alabadle.
2 Porque ha engrandecido sobre nosotros su misericordia,
Y la fidelidad de Jehová es para siempre.
Aleluya.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en un principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Alabad a Jehová, porque él es bueno;
Porque para siempre es su misericordia.
2 Diga ahora Israel,
Que para siempre es su misericordia.
3 Diga ahora la casa de Aarón,
Que para siempre es su misericordia.
4 Digan ahora los que temen a Jehová,
Que para siempre es su misericordia.
5 Desde la angustia invoqué a JAH,
Y me respondió JAH, poniéndome en lugar espacioso.
6 Jehová está conmigo; no temeré
Lo que me pueda hacer el hombre.
7 Jehová está conmigo entre los que me ayudan;
Por tanto, yo veré mi deseo en los que me aborrecen.
8 Mejor es confiar en Jehová
Que confiar en el hombre.
9 Mejor es confiar en Jehová
Que confiar en príncipes.
10 Todas las naciones me rodearon;
Mas en el nombre de Jehová yo las destruiré.
11 Me rodearon y me asediaron;
Mas en el nombre de Jehová yo las destruiré.
12 Me rodearon como abejas; se enardecieron como fuego de espinos;
Mas en el nombre de Jehová yo las destruiré.
13 Me empujaste con violencia para que cayese,
Pero me ayudó Jehová.
14 Mi fortaleza y mi cántico es JAH,
Y él me ha sido por salvación.
15 Voz de júbilo y de salvación hay en las tiendas de los justos;
La diestra de Jehová hace proezas.
16 La diestra de Jehová es sublime;
La diestra de Jehová hace valentías.
17 No moriré, sino que viviré,
Y contaré las obras de JAH.
18 Me castigó gravemente JAH,
Mas no me entregó a la muerte.
19 Abridme las puertas de la justicia;
Entraré por ellas, alabaré a JAH.
20 Esta es puerta de Jehová;
Por ella entrarán los justos.
21 Te alabaré porque me has oído,
Y me fuiste por salvación.
22 La piedra que desecharon los edificadores
Ha venido a ser cabeza del ángulo.
23 De parte de Jehová es esto,
Y es cosa maravillosa a nuestros ojos.
24 Este es el día que hizo Jehová;
Nos gozaremos y alegraremos en él.
25 Oh Jehová, sálvanos ahora, te ruego;
Te ruego, oh Jehová, que nos hagas prosperar ahora.
26 Bendito el que viene en el nombre de Jehová;
Desde la casa de Jehová os bendecimos.
27 Jehová es Dios, y nos ha dado luz;
Atad víctimas con cuerdas a los cuernos del altar.
28 Mi Dios eres tú, y te alabaré;
Dios mío, te exaltaré.
29 Alabad a Jehová, porque él es bueno;
Porque para siempre es su misericordia.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en un principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
La sabiduría se alaba a sí misma,
habla con orgullo en medio de su pueblo;
2 delante de la asamblea del Altísimo
y de sus ángeles, dice con orgullo:
3 «Yo salí de la boca del Altísimo
y cubrí la tierra como bruma.
4 En el cielo tenía mi habitación;
mi trono estaba sobre una columna de nubes.
5 Yo sola recorrí la bóveda celeste
y atravesé lo más hondo del abismo.
6 Reiné sobre las olas del mar, en la tierra entera
y en todos los pueblos y naciones.
7 En todos esos lugares busqué un hogar,
un sitio donde poner mi residencia.
8 Entonces el que me hizo a mí y a las demás cosas
decidió dónde debía yo residir, y me dijo:
“Pon tu residencia en Israel,
vive en el pueblo de Jacob.”
9 Él me creó al comienzo, antes del mundo,
y nunca dejaré de existir.
10 He servido ante él en el santuario,
y en Sión me establecí.
11 Me hizo residir en la ciudad amada,
y en Jerusalén está mi autoridad.
12 Eché raíces en este pueblo glorioso,
posesión escogida del Señor.
13 Crecí como cedro del Líbano,
como ciprés de la montaña de Hermón,
14 como palmera de En-gadi,
como rosal de Jericó,
como olivo hermoso en la llanura;
crecí como castaño.
15 Esparcí perfume como árbol de canela,
como caña aromática y mirra escogida,
como las resinas más olorosas,
como el incienso que se quema en el santuario.
16 Extendí mis ramas como terebinto:
ramas bellas y frondosas.
17 Eché hermosos retoños como vid,
y mis flores y frutos son bellos y abundantes.
19 Acérquense a mí los que me desean,
y coman todo lo que quieran de mis frutos,
20 pues conocerme es más dulce que la miel,
y poseerme, más dulce que un panal.
21 El que me coma querrá comer más,
y el que me beba querrá beber más.
22 El que me hace caso no fracasará;
el que se conduce con sabiduría no pecará.»
23 Todo esto es el libro de la alianza del Dios altísimo,
la ley que promulgó Moisés para nosotros,
la herencia del pueblo de Jacob.
25 Esta ley está llena de sabiduría como el río Pisón,
o como el Tigris en la primavera;
26 rebosa sensatez como el Éufrates,
o como el Jordán cuando más crece;
27 da instrucción tan abundante como el Nilo,
o como el río Gihón en tiempo de creciente.
28 Nadie, del primero al último,
ha conocido a fondo la sabiduría,
29 pues sus pensamientos abarcan más que el océano
y sus designios son más profundos que el inmenso abismo.
30 Yo, por mi parte, soy como un canal que sale de un río,
como una acequia que lleva agua a un jardín.
31 Dije: «Voy a regar mi jardín,
voy a empapar mis prados.»
Y mi canal se convirtió en un río,
y mi río se convirtió en un mar.
32 Haré que mi instrucción resplandezca como la aurora,
y que su luz llegue hasta muy lejos;
33 daré mi enseñanza como los profetas
y la dejaré a las generaciones venideras.
34 Vean que no he trabajado sólo para mí,
sino para todos los que buscan la sabiduría.
Te alabamos, oh Dios
A ti, como Dios, te alabamos, a ti, Señor, te reconocemos;
a ti, eterno Padre, te venera toda la tierra.
Los ángeles todos, los cielos y todas las potestades te honran;
los querubines y serafines te cantan sin cesar:
Santo, santo, santo es el Señor, Dios del universo.
Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
A ti te ensalza el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
La brillante muchedumbre de los mártires.
A ti te glorifica la santa Iglesia por todo el orbe;
A ti, Padre de majestad inmensa,
a tu adorable, verdadero y único Hijo,
también al Espíritu Santo, Consolador.
Tú eres el Rey de la gloria oh Cristo,
Tú eres el Hijo único del Padre:
Tú, al hacerte hombre para salvarnos.
No desdeñaste el seno de la Virgen.
Tú, quebrantando el aguijón de la muerte.
abriste a los creyentes el reino del cielo.
Tú estás sentado a la derecha del Padre.
Creemos que un día has de venir como juez.
Te rogamos, pues, que vengas en ayuda de tus siervos,
comprados por el precio de tu propia sangre,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna nos contemos entre tus santos.
Salva a tu pueblo, Señor, y bendice tu heredad;
Dirígelo y protégelo ahora y siempre.
Día a día te bendecimos;
alabamos tu nombre para siempre.
Guárdanos hoy, Señor, de todo pecado;
Ten piedad de nosotros, Señor, ten piedad.
Señor, muéstranos tu amor y misericordia,
porque en ti hemos depositado nuestra confianza.
En ti, Señor, ponemos nuestra esperanza;
Que no seamos jamás avergonzados.
Varones hermanos y padres, oíd ahora mi defensa ante vosotros.
2 Y al oír que les hablaba en lengua hebrea, guardaron más silencio. Y él les dijo:
3 Yo de cierto soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero criado en esta ciudad, instruido a los pies de Gamaliel, estrictamente conforme a la ley de nuestros padres, celoso de Dios, como hoy lo sois todos vosotros. 4 Perseguía yo este Camino hasta la muerte, prendiendo y entregando en cárceles a hombres y mujeres; 5 como el sumo sacerdote también me es testigo, y todos los ancianos, de quienes también recibí cartas para los hermanos, y fui a Damasco para traer presos a Jerusalén también a los que estuviesen allí, para que fuesen castigados.
6 Pero aconteció que yendo yo, al llegar cerca de Damasco, como a mediodía, de repente me rodeó mucha luz del cielo; 7 y caí al suelo, y oí una voz que me decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? 8 Yo entonces respondí: ¿Quién eres, Señor? Y me dijo: Yo soy Jesús de Nazaret, a quien tú persigues. 9 Y los que estaban conmigo vieron a la verdad la luz, y se espantaron; pero no entendieron la voz del que hablaba conmigo. 10 Y dije: ¿Qué haré, Señor? Y el Señor me dijo: Levántate, y ve a Damasco, y allí se te dirá todo lo que está ordenado que hagas. 11 Y como yo no veía a causa de la gloria de la luz, llevado de la mano por los que estaban conmigo, llegué a Damasco.
12 Entonces uno llamado Ananías, varón piadoso según la ley, que tenía buen testimonio de todos los judíos que allí moraban, 13 vino a mí, y acercándose, me dijo: Hermano Saulo, recibe la vista. Y yo en aquella misma hora recobré la vista y lo miré. 14 Y él dijo: El Dios de nuestros padres te ha escogido para que conozcas su voluntad, y veas al Justo, y oigas la voz de su boca. 15 Porque serás testigo suyo a todos los hombres, de lo que has visto y oído. 16 Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre.
17 Y me aconteció, vuelto a Jerusalén, que orando en el templo me sobrevino un éxtasis. 18 Y le vi que me decía: Date prisa, y sal prontamente de Jerusalén; porque no recibirán tu testimonio acerca de mí. 19 Yo dije: Señor, ellos saben que yo encarcelaba y azotaba en todas las sinagogas a los que creían en ti; 20 y cuando se derramaba la sangre de Esteban tu testigo, yo mismo también estaba presente, y consentía en su muerte, y guardaba las ropas de los que le mataban. 21 Pero me dijo: Ve, porque yo te enviaré lejos a los gentiles.
22 Y le oyeron hasta esta palabra; entonces alzaron la voz, diciendo: Quita de la tierra a tal hombre, porque no conviene que viva. 23 Y como ellos gritaban y arrojaban sus ropas y lanzaban polvo al aire, 24 mandó el tribuno que le metiesen en la fortaleza, y ordenó que fuese examinado con azotes, para saber por qué causa clamaban así contra él. 25 Pero cuando le ataron con correas, Pablo dijo al centurión que estaba presente: ¿Os es lícito azotar a un ciudadano romano sin haber sido condenado? 26 Cuando el centurión oyó esto, fue y dio aviso al tribuno, diciendo: ¿Qué vas a hacer? Porque este hombre es ciudadano romano. 27 Vino el tribuno y le dijo: Dime, ¿eres tú ciudadano romano? Él dijo: Sí. 28 Respondió el tribuno: Yo con una gran suma adquirí esta ciudadanía. Entonces Pablo dijo: Pero yo lo soy de nacimiento. 29 Así que, luego se apartaron de él los que le iban a dar tormento; y aun el tribuno, al saber que era ciudadano romano, también tuvo temor por haberle atado.
30 Al día siguiente, queriendo saber de cierto la causa por la cual le acusaban los judíos, le soltó de las cadenas, y mandó venir a los principales sacerdotes y a todo el concilio, y sacando a Pablo, le presentó ante ellos.
Bendito el Señor Dios de Israel,
Que ha visitado y redimido a su pueblo,
Y nos levantó un poderoso Salvador
En la casa de David su siervo,
Como habló por boca de sus santos profetas que fueron desde el principio;
Salvación de nuestros enemigos, y de la mano de todos los que nos aborrecieron;
Para hacer misericordia con nuestros padres,
Y acordarse de su santo pacto;
Del juramento que hizo a Abraham nuestro padre,
Que nos había de conceder
Que, librados de nuestros enemigos,
Sin temor le serviríamos
En santidad y en justicia delante de él, todos nuestros días.
Y tú, niño, profeta del Altísimo serás llamado;
Porque irás delante de la presencia del Señor, para preparar sus caminos;
Para dar conocimiento de salvación a su pueblo,
Para perdón de sus pecados,
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
Con que nos visitó desde lo alto la aurora,
Para dar luz a los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte;
Para encaminar nuestros pies por camino de paz.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en un principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Todo el que quiera salvarse, ante todo es menester que mantenga la fe católica; y el que no la guardare íntegra e inviolada, sin duda perecerá para siempre.
Ahora bien, la fe católica es que veneremos a un solo Dios en la Trinidad, y a la Trinidad en la unidad; sin confundir las personas ni separar las sustancias. Porque una es la persona del Padre, otra la del Hijo y otra (también) la del Espíritu Santo; pero el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo tienen una sola divinidad, gloria igual y coeterna majestad. Cual el Padre, tal el Hijo, tal (también) el Espíritu Santo; increado el Padre, increado el Hijo, increado (también) el Espíritu Santo; inmenso el Padre, inmenso el Hijo, inmenso (también) el Espíritu Santo; eterno el Padre, eterno el Hijo, eterno (también) el Espíritu Santo. Y, sin embargo, no son tres eternos, sino un solo eterno, como no son tres increados ni tres inmensos, sino un solo increado y un solo inmenso. Igualmente, omnipotente el Padre, omnipotente el Hijo, omnipotente (también) el Espíritu Santo; y, sin embargo no son tres omnipotentes, sino un solo omnipotente. Así Dios es el Padre, Dios es el Hijo, Dios es (también) el Espíritu Santo; y, sin embargo, no son tres señores, sino un solo Señor; porque así como por la cristiana verdad somos compelidos a confesar como Dios y Señor a cada persona en particular; así la religión católica nos prohíbe decir tres dioses y señores. El Padre, por nadie fue hecho no creado ni engendrado. El Hijo fue solo por el Padre, no hecho ni creado, sino engendrado. El Espíritu Santo, del Padre y del Hijo, no fue hecho ni creado ni engendrado, sino que procede.
Hay, consiguientemente, un solo Padre, no tres padres; un solo Hijo, no tres Hijos; un solo Espíritu Santo, no tres espíritus santos; y en esta Trinidad, nada es antes ni después, nada mayor o menor, sino que las tres personas son entre sí coeternas y coiguales, de suerte que, como antes se ha dicho, en todo hay que venerar lo mismo la unidad en la Trinidad que la Trinidad en la unidad. El que quiera, pues, salvarse, así ha de sentir de la Trinidad.
Pero es necesario para la eterna salvación creer también fielmente en la encarnación de nuestro Señor Jesucristo. Es, pues, la fe recta que creemos y confesamos que nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, es Dios y hombre. Es Dios engendrado de la sustancia del Padre antes de los siglos, y es hombre nacido de la madre en el siglo 1, perfecto Dios, perfecto hombre, subsistente de alma racional y de carne humana, igual al Padre según la divinidad, menor que el Padre según la humanidad. Más aun cuando sea Dios y hombre, no son dos, sino un solo Cristo, y uno solo no por la conversión de la divinidad en la carne, sino por la asunción de la humanidad en Dios; uno absolutamente, no por confusión de la sustancia, sino por la unidad de la persona. Porque a la manera que el alma racional y la carne es un solo hombre; así Dios y el hombre son un solo Cristo. El cual padeció por nuestra salvación, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos, está sentado a la diestra de Dios Padre omnipotente, desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos, y a su venida todos los hombres han de resucitar con sus cuerpos y dar cuenta de sus propios actos, y los que obraron bien, irán a la vida eterna; los que mal, al fuego eterno. Ésta es la fe católica y el que no la creyere fiel y firmemente, no podrá salvarse.
El Señor esté con ustedes.
Y con tu espíritu.
Oremos.
Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo, ten piedad de nosotros.
Señor, ten piedad de nosotros.
Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, así como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos dejes caer en tentación, más líbranos del mal. Amén.
Señor, muéstranos tu misericordia.
Y concédenos tu salvación.
Llena a tus Ministros de virtudes.
Y da alegría a tu pueblo escogido.
Señor Dios, defiende a tu Pueblo.
Y bendice a tu heredad.
Danos paz en nuestros días, oh Señor.
Porque no hay otro que pelee por nosotros sino tú, oh Dios.
Oh Dios, purifica nuestros corazones.
Y no alejes de nosotros tu Santo Espíritu.
Oh Dios eterno y Todopoderoso, que concediste gracia a tu apóstol Bartolomé para creer con sinceridad y predicar tu Palabra; te suplicamos que otorgues a tu Iglesia el amor por la palabra que él creyó, y que la predique y la reciba, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Oh Dios, autor de la Paz y amante de la Armonía, en cuyo conocimiento depende nuestra vida eterna y cuyo servicio es plena libertad, defiende a estos tus humildes siervos en todos los ataques de nuestros enemigos. Para que, confiando enteramente en tu protección y amparo, no tengamos ocasión de temer la fuerza de ningún adversario, por el poder de Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Señor nuestro, Padre Celestial, Eterno y Todopoderoso, que nos has hecho llegar al principio de este día, guárdanos en él con tu gran poder y haz que no caigamos en ningún pecado ni incurramos en ningún peligro. Antes bien, que todas nuestras acciones sean dirigidas por ti, de modo que siempre hagamos lo que es justo y agradable a tus ojos, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Oh Dios omnipotente, que nos has dado gracia para que en esta ocasión te dirijamos nuestras súplicas de manera unánime; y has prometido que cuando dos o tres se congreguen en tu nombre, les concederás sus peticiones: Cumple ahora, oh, Señor, los deseos y ruegos de tus siervos, como más les convenga; concediéndonos en este mundo el conocimiento de tu verdad, y en el venidero la vida eterna. Amén.
La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros. Amén.
A menos que se exprese lo contrario, la versión de la Biblia usada es la Reina-Valera 1960 ®.
info@anglicanismo.com
info@catolicismoreformado.com
© 2024 Catolicismo Reformado | Anglicanismo